China está obsesionada con el desarrollo íntegramente local de diferentes tecnologías. Da igual que sean trenes de alta velocidad, aviones de pasajeros, procesadores, o navegadores de Internet. Teme su dependencia del exterior, sobre todo de Occidente, y busca la autosuficiencia en sectores que son clave para su desarrollo. No en vano, el embrollo de ZTE ha supuesto un duro toque de atención: el gigante de equipos de telecomunicaciones chino se saltó las sanciones impuestas a Irán, Estados Unidos prohibió venderle tecnología americana como castigo, y la empresa tuvo que cerrar hasta que Donald Trump decidió mostrarse magnánimo y permitió la reanudación de las operaciones.
Por eso, cada vez que alguna empresa anuncia que ha logrado fabricar un producto ‘100% desarrollado y producido en China’, el país acoge la noticia con una ovación. Pero esa etiqueta no siempre se ajusta a la realidad. Y, en ocasiones, incluso provoca una vergüenza nacional de dimensiones considerables. Ha sucedido con el navegador de Internet Redcore, que sus desarrolladores presentaron como el primero íntegramente diseñado en China y llamado a ‘romper el monopolio americano’.