Todo iba saliendo tal y como siempre lo había soñado, pero el libreto del día más glorioso de la carrera de la japonesa Naomi Osaka cambió radicalmente con el arrebato de furia que tuvo Serena Williams durante la final del Abierto de Estados Unidos.
Millones de personas, entre ellas las 24.000 personas presentes en el estadio Arthur Ashe, vieron a quien es considerada la mejor tenista de la historia llamar “ladrón y mentiroso” al árbitro portugués Carlos Ramos.
Ese momento fue una prueba de fuego para la joven tenista japonesa de 20 años, quien pese al ambiente enrarecido y con el público en su contra mantuvo la calma para completar un extraordinario triunfo sobre su ídolo de la infancia.
Pero en lugar de dar muestras de júbilo por lo que había conseguido, Osaka se vio forzada a escuchar un coro de abucheos mientras recibía el trofeo del primer Grand Slam de su carrera, y trataba de esconder las lágrimas.
“Siento que haya tenido que terminar así”, lamentó la tenista japonesa.
“Siempre había sido mi sueño jugar contra Serena Williams en una final del Abierto de Estados Unidos y estoy muy contenta de haberlo podido hacer”.
Williams pidió calma al público e instó a sus aficionados que le “dieran crédito” a lo que acaba de hacer Osaka.
Fue lo menos que ella podía hacer después de que su comportamiento le había quitado brillo a la consagración de la nueva sensación del tenis.
Perfeccionista y tímida
Osaka, quien es fruto del “romance prohibido” entre un padre haitiano y una madre japonesa, compite representando el país en el que nació pese a haber vivido la mayor parte de su vida en Estados Unidos.
Este año irrumpió en el circuito femenino con el primer título de su carrera en Indian Wells, preámbulo de lo que ocurrió este fin de semana.
Esos triunfos le han servido para exponer un problema que ha tenido que enfrentar a raíz de sus orígenes, el de los prejuicios y estereotipos.