Una historia relacionada a este recinto y enmarcada en la última década del siglo XX tiene como protagonista a David, un anciano que recordaba con nostalgia los recuerdos por aquella vieja Guatemala de su juventud.
David tiene 90 años. Con paso lento, pero firme atravesó el umbral de la puerta de aquella sala repleta de obras de arte, fotografías antiguas, diplomas y una estantería de madera negra con libros. En el camino se arregló los tirantes del pantalón, y al sentarse se hundió en un sillón.
Antes de hablar, espantó a su perro, perdió su mirada en el pasado y recordó aquella vieja capital de Guatemala, en donde transcurrió su vida de niño. En el recinto había un olor añejo.
En los tiempos de David
Allá por 1916, la ciudad de David estaba rodeada de parajes verdes. Era pequeña, pero tranquila, y la monotonía de su vida transcurría entre la dictadura de Manuel Estrada Cabrera, las fiestas populares y las temporadas de ópera y zarzuela que traían algunas compañías artísticas del extranjero.
Las estrellas del baile y del bel canto, brillaban en el escenario del hermoso Teatro Colón, que para esas ocasiones se vestía de gala no sólo con el arte puesto en escena sino con el espectáculo que ofrecían los asistentes.
Las hermosas mujeres, con donaire descendían de los carruajes luciendo sus joyas y elegantes vestidos de seda y encaje, para reunirse con un apuesto caballero con leva, bastón y sombrero, y buscar su lugar preferido en el teatro.
David era muy joven cuando llegó a Guatemala la diva italiana Galicurci, una hermosa mujer que estaba en su apogeo artístico y que vino a presentar la ópera Carmen, de Bizet.